Cuando algo lo sentimos tan dentro nuestra que podríamos decir que es parte de nuestro ser, nos otorgamos la licencia para expresar libremente su condición.
Una vez escuché que para odiar hay que amar antes. No estoy de acuerdo con esa afirmación, pero me va a servir para ambientar lo que quiero reflejar. Lo que si veo más oportuno es decir que se puede odiar lo que antes se ha amado y viceversa. Aunque quiero ir todavía más allá, quiero llegar hasta el pensamiento machadiano de amar a tu tierra y odiar, a su vez, lo que provoca su estancamiento. Un pensamiento un tanto ambiguo... Pero es que el pensamiento intimista, si no es ambiguo, no es real. Cuántas veces nos hemos asomado a la ventana con la actitud de hacer una oda chovinista, agradeciendo la vida que nos ha tocado. Sin embargo, al final hemos acabando despotricando hasta de los silbidos del panadero que pasaba por allí. Al igual que ese amor se transforma en odio en cuestión de segundos, también pienso que toda esa tradición se podría convertir en progreso sin necesidad de perder lo esencial. En mi caso, solo de esa forma podría amar espiritualmente a un lugar, lo otro no es más que amor poético.
Esos pensamientos enfrentados quise reflejarlos, hace unos años, en el siguiente poema.
Mi barrio es un gato en un patinillo
Y el humo del incienso nublando sus calles.
Con un cartel colgado de prohibido el cante,
Sin chiquillos en las plazas, qué pena me da.
Mi barrio es un atrezo para una zarzuela,
Mi barrio es un bar para turistas,
Donde se bebe el vino a trago largo.
Lugar que a los mayores, las palomas les mendigan.
Una campana que marca el olor de un puchero,
La guitarra y los oles, los oles y los ruedos.
Te quise como a nadie y ya no te recuerdo,
Que en noches como estas hasta te echo de menos.
He cambiado la cerveza por el té de las cinco,
Deja la luz del puente por si una noche volviera a verte.
Mi viejo barrio de vieja sangre,
Sangre de un Cristo que mira hacia el cielo para no ver el hambre.
Mi viejo río, mis viejos barcos,
Calles estrechas que no dan más que sombras de naranjos.
Ya te lo dije desconsolado,
Que esa bata de cola siempre fue tu perder.
El perder a tus hijos, perder hasta la fe.
Será que aún te quiero y yo lo exagero
O serán estos vientos, pero yo no te miento,
Es que así te estoy viendo…
Viendo desde el extranjero.
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