Más que de moda, diría que está de actualidad. Mis disculpas por usar la palabra moda en el titular para captar la atención y alcanzar una mejor visualización de este post. Es un recurso muy distópico en sí mismo. Usado por millones de youtubers a diario y por periodistas desde hace más de un siglo. De esta forma he querido entrar de manera activa en el propio género. Así el lector puede entrar en la causa desde el primer párrafo. Comenzando por el cómo nos cambia los nuevos lenguajes de la sociedad y de los medios de comunicación. Aunque a decir verdad, no lo había pensado como técnica. Ha salido de la simpleza de pensar un título y comenzar a escribir. De hecho, el paréntesis con falso titular lo he añadido luego. Cada vez que me ocurre algo como eso, redundando en que cumple el requisito de que no he tomado plena conciencia al hacerlo aunque pueda parecer que tiene el perfume de un recurso literario, suelo decir que esos actos son pura distopía en sí mismos. Por lo tanto, creo que la definición de distopía como sociedad ficticia e indeseable a la vez, ha quedado arcaica. Solo por lo de ficticia.
De esta forma, llego al segundo párrafo con una conclusión clara; la distopía está intrínseca en nuestra forma de escribir, de pensar, de ser, de vivir... Precisamente, en estos días en los que una pandemia ha asechado al mundo entero, un movimiento utópico nos decía que esto nos iba a unir más, que íbamos a ser más solidarios y más tolerantes. El movimiento contrario, el distópico, que es más silencioso pero más realista y poderoso, ha mostrado claramente lo contrario. Y, por lo que observo, ha vuelto a acertar. La gente mira más por su ombligo y está dispuesta a hacer cosas que jamás haría antes de todo esto. Tal vez por desesperación corporal y espiritual. Somos más violentos y egoístas que antes de lo que está ocurriendo. Una guerra ancestral que nos viene acompañando desde el momento en el que decidimos no dejar de ser animales aunque ya no nos comportáramos como tales. Estamos aceptando una teoría de la evolución a granel, agarrándonos desesperadamente a cualquier atisbo de supervivencia y de volver a la comodidad que hemos tenido hasta hace solo unos meses. Me temo que esta etapa ha dado por finalizadas las pocas corrientes racionalistas que nos quedaban. De una manera parecida a como ocurrió en el fin del Renacimiento, con la diferencia de que aquí no renace nada desde hace muchas décadas. Por la tanto, se podría acuñar con el término «Rehundimiento». Quizá por todo eso, la distopía esté más de actualidad que nunca. Sin embargo, aunque pueda camuflarse de vanguardista ante el neófito, estar de actualidad no es lo mismo que ser actual. Quiero decir con eso que hay géneros, como es el caso del susodicho, que rompen la barrera del tiempo, tal como nuestra mente puede apreciarlo. Los episodios distópicos nos vienen acompañando durante toda la historia de la humanidad. Supongo que en su día, una tortura de quema en la hoguera durante un auto de fe en una plaza pública, no era más que un reality de la época. Con el ideario y la cultura del momento. Nada nos asegura que dentro de cinco siglos, la sociedad que habite no se horrorice de nuestros hábitos actuales tanto como lo hacemos nosotros de la Inquisición. Incluso, puede que las modas nos lleven a una Inquisición 6.0, evolucionando estos realities, como bien redacta Suzanne Collins en «Los juegos del hambre». O de forma deportiva, como ocurre en una de mis novelas favoritas de Stephen King, «La larga marcha». Siempre se podrá decir en esos programas eso de ``se lleva lo retro´´.
No hay que irse al futuro para encontrar relaciones entre los realities y la distopía. El Hermano Mayor o Gran Hermano es el principal antagonista de «1982», antes de ser un famoso programa estrenado en los Países Bajos en 1999 y expandido por muchos lugares el mundo. Adaptándose a la idiosincrasia de cada país, pero sin perder la esencia y ley del programa (Como si del mismísimo Imperio romano se tratase), que no es otra que la perpetua vigilancia de las cámaras para observar todo lo que hacen sus concursantes. Nada más parecido a la novela de Orwell.
Lo mismo ocurre con la simbología que existe alrededor de las obras distópicas. El símbolo más conocido, quizá sea el del ojo. Una cámara de eterna vigilancia que nunca cesa en su función. A su vez, un ojo humano que significa que siempre habrá alguien que esté observando lo que hacemos, aunque no lleguemos ni a saber quién es ese alguien, ni lo veamos jamás en persona. Como si fuéramos el mismísimo Winston Smith dándose de cara con una propaganda que dice: ``Big brother is waching you´´. Teniendo en cuesta esta simbología, en la portada de «Vudú» quise hacer un humilde homenaje al famoso ojo distópico, pero no quería que fuera una burda copia. Deseaba darle también aires salvajes, ancestrales y fantásticos. Para que representara también el terror clásico y la fantasía. Una mezcla difícil de recopilar en un solo ojo, pero en ese momento me miró mi gato.
Hablando en términos más generales de avances, sin reincidir en lo distópico, derivo al típico pensamiento de todo progreso tiene un precio. Ese precio a veces da la cara años después. Por ejemplo, en mi ciudad quitaron una red de tranvías inmensa para favorecer el tráfico rodado. Muchos años después buscan la manera, con mucha dificultad, de colocar alguna línea de tranvía. Por moda y por reducir los índices de polución. En cualquier caso, lo que fue un claro paso hacia adelante en su época, con los ojos actuales no se ve de la misma manera. ¿Cuántas vidas se cobraron las pirámides de Egipto o cualquier puente romano? Las sociedades no han avanzado casi nunca de manera pacífica. Sin embargo, no es poco frecuente que el género distópico (volviendo a lo que me gusta) se entremezcle con tintes futuristas. Es algo irremediable pensar en qué sucederá en el futuro fijándonos en el presente. Ese mal rollo que trae luego consigo el acierto, rompe con la incertidumbre. Haber atinado no es casualidad, deriva de algo tan lógico como ser conocedor de los grandes avances de la historia y el uso que se les ha ido dando a lo largo de los años. Si un artista distópico acierta con su obra no es porque sea una pitonisa es porque ha observado una causa y la ha estudiado leyendo y haciendo esquemas de posibles vías de evolución. Pongamos de ejemplo la esclavitud, el autor la tantea históricamente y la compara con los actuales esclavos digitales. Un ejercicio de retrato e interpretación que nos lleva a un género tan cruel y actual como la sociedad en la que nos movemos.
Volviendo al falso titular (después de tanta justificación), ¿por qué está de moda la distopía en este justo momento? La respuesta es simple, está siendo un hecho y, por primera vez, nos estamos dando cuenta (precisamente gracias a Charlie Brooker, Alex Garland, Suzanne Collins y George Orwell, entre otros muchos). Hace unos días, vi un vídeo que mostraba la situación del ``crédito social´´ en China. El episodio «Caída en picado» de Black Mirror hecho realidad. En el mismo vídeo, pude observar vislumbres de otros capítulos como «15 millones de méritos» y «Oso blanco». Adentrándome en la obra orwelliana de 1982, descubrí unas pantallas muy parecidas a los dos minutos de odio. Además del ministerio de la Verdad, el doblepensar, la policía del pensamiento y, por supuesto, los proles y el Partido único.
De hecho, diría que en estos días estamos viendo como se va imponiendo un modelo de vida alienado y alienígena. Como si de otro maldito virus se tratase. Basado en la competitividad moderna y la liga de las embestidas tecnológicas y científicas. Aunque no hay que dejar de la lado el progreso social. Necesario para entender, del todo, este género que va ya en el ADN de las comunidades. El pensamiento individualizado anula su existencia. De esta forma, el pensamiento moderno tiende a un modelo distópico en el que la primera premisa es precisamente esa, el abandono del individuo a favor de la masa. Para ello se ayudará de la publicidad, de las modas y de las tendencias. La única esperanza de salir airoso del macrocorral, es que la libertad se vuelva a poner de moda.
Sin embargo, como explicaba antes con los tranvías y los autobuses, en el momento en el que los avances tecnológicos y sociales fueron, de alguna forma, patentados. Su concepción no fue pensada para sembrar ningún tipo de desastre ni fechoría. Eso sería confundir esta corriente con otras conspirativas. Nada más lejos de lo que es la distopía. Que tiene más que ver con nuestra aceptación que con el manejo de los tiranos. Aunque llegados a un grado catastrófico, bien podrían dar a pensar en la conjura de los descubrimientos. Esa maquinación viene generada de la base de que esos adelantos fueron creados en un lugar y en época determinada diferentes entre sí. Con su respectiva cultura que, de algún modo, determina el objetivo de hacer más cómoda un tipo de vida momentánea por mucho que se alargue en el tiempo. Un ejemplo claro de ello son los mass-media, lo que haga cada sociedad con ellos y al servicio de quién los ponga es algo que ignoraba la ciencia cuando los inventaba. Por supuesto que eran conscientes, antes de su creación, de la influencia que crearía en la opinión pública, cualquier medio de comunicación. Sin embargo, culpar a un científico de lo que hagan después los demás es bastante irresponsable. Estamos metidos hasta el barro en un falso progreso-retroceso. Lo único que podría salvarnos es ser conscientes, y ahí es donde el arte está mostrando toda su utilidad necesaria. Huir de la civilización, creando una brecha tecnológica y social, es romántico pero poco práctico en este siglo que es igual de salvaje que los anteriores. Lo mejor será dar testimonio y mostrar el verdadero compromiso del arte. Aunque, a veces, lo que a uno le apetezca sea el arte por el arte, aislarse escribiendo en un papel temas que nada tengan que ver con la sociedad. Pero... ¿Por qué escribes entonces usando un teclado e Internet? (¿Pir quí iscribis intincis isindi in ticlidi i Intirnit?) Si lo has leído con el tono que está entre paréntesis, sigue adelante. Si lo ha leído con normalidad y asentando la cabeza, vuelva al principio o déjelo para hacer algo más productivo para usted (como se puede ver, solo le tuteo a los que entran en el rollito distópico que ofrezco) . Por cierto, la respuesta a esa pregunta está en este mismo párrafo.
En cualquier caso, no hace falta ser un artista comprometido para darse cuenta de el rumbo que está tomando una sociedad de la que se es partícipe. Cuyo objetivo es claro, conseguir lo antes posible la mayor cantidad de avances. Y para ello, todos los medios valen. Solo hay que observar un poco más allá de los calendarios para deducir que existe mucha más censura que unos años atrás. Muchos más ofendidos usando sus derechos al antojo de su conveniencia e intereses. Y, no podía faltar tampoco, la mordaza silenciosa que se viste de redes sociales para opinar hasta de lo que no se tiene ni puñetera idea. Lo positivo de todo eso es que todo el mundo tiene algo que decir, lo negativo es que lo dicen. No dicho como un ejercicio de libertad de expresión, sino más bien como una práctica homicida de imposición de pensamiento (volvemos a George Orwell, la policía del pensamiento). La opresión sobre el pensamiento individual a favor del masivo (esto creo que lo he dicho ya también). Aunque se autoproclamen modernos por estar más lejos del pasado y contrario a los tiempos antiguos, no hay nada más añejo (en sentido peyorativo) que denunciar el pensamiento ajeno si no es del agrado de uno. Ya no hablo ni de ofender (que es un verbo más relativo), sino de gustar. Cuando se aplica el látigo a través de un tweet o de cualquier otro mecanismo aún más dañino de alcance planetario, se llama represión. Muy diferente a dar la opinión. Gracias a Internet podemos ver las fiestas populares de un pueblo de la otra punta de nuestro país, del que desconocíamos geográfica y nominalmente su existencia, y ofendernos por algo que veamos aunque no entendamos nada. Porque si vemos a un niño que lleva un trapo en la cabeza, nosotros somos los encargados de dejar claro que a ese niño se le está creando un trauma de por vida debido a la sumisión de llevar un colorido trapo en su cabeza y,por lo tanto, se le está adoctrinando. No nos hace falta ni preguntarle a la criatura. Entonces es cuando entra en juego el necesario papel de la policía del pensamiento (otra vez lo mismo, sé que estoy siendo pesado, aunque ahora vais a ver como me escaqueo pasando de la primera a la tercera persona del plural). El cuerpo de seguridad ética, no muy aclamado, pero de divino nombramiento por el dios de la modernidad. Como si fueran caballeros templarios que, en lugar de creerse que les ha otorgado un dios ese puesto, piensan que fue el destino o la modernidad (al fin y al cabo lo mismo, pero con tintes paganos). Y para esos dioses trabajan, como si fuera un mecanismo bienaventurado. Con sus armas tecnológicas, por supuesto, y su capacidad para creerse superior a cualquier indígena. Nada nuevo en la historia de la humanidad. Como decía anteriormente. La labor es humanitaria, independientemente de cómo terminen los afectados. Que suelen terminar en problemas psicológicos de los que no hablo más porque quise reflejarlos de manera detallada en «Diario para comensales» de mi primer libro «Vudú».
Otro eje vertebral y poderoso, que cobra sentido en este nuevo modelo de vida es la publicidad. Que desde hace poco, está más al alcance de cualquiera porque no hay un rincón planetario en donde no se consuma. En esta estela, creo los genios que mejor lo han reflejado son los creadores de Black Mirror. Una serie jodidamente buena de la que ya hablé antes y amenaza con acertar en todo lo que van derivando las sociedades. También quise hacer algunos guiños en los capítulos de «Vudú». Eso sí, de manera más sutil, como pueden ser el modelo elitista de «Caída en picado» en «La ciudad selectiva» o la comparativa entre «El momento Waldo» y «Me llamo Budy». Aunque, si se lee, se verá que hablo solo de pinceladas, nada que ver (lo aviso antes de que alguien se ``ofenda´´). Siguiendo con Black Mirror, en «Striking Vipers» observamos uno de esos avances tecnológicos ligados a los sociales de los que hablaba antes. El comportamiento de personas adultas ante los estímulos supernormales. La atracción sexual provocada por un estímulo evolucionado. Una excitación mucho mayor ante un avatar que ante una persona real. Es decir, el estímulo artificial vence en esta ocasión al natural. Ocurre con animales salvajes también, cuando entra la manipulación humana. En la actualidad, nada más parecido a los filtros de Instagram o Snapchat. Lo de los estímulos supernormales es para escribir un libro solo de eso. Aunque ahora que lo pienso ya hay millones de novelas eróticas con el que muchas personas se excitan más que con la propia realidad. Así que como experimento literario ya está muy explotado. La imaginación siempre supera a la vista. Además a mí me van los tintes negros.
A modo de conclusión, quería decir algo así como que el sufrimiento ya es legal. Y que su avance está tendiendo a ser, además de legal, normalizado. Porque lo aceptado no tiene por qué ser legal, ni lo legal aceptado (pero a esto último que no se le haga mucho caso que tampoco estoy de acuerdo del todo). El problema también era que no sabía dónde meter esa conclusión... Es muy absurdo intentar concluir algo que no concluye. Entonces, para acabar con una pamplina mía, prefiero recurrir a un héroe de mi infancia, el personaje de Ian Malcom. Él nos dejó reflexionando sobre todo esto en Jurassic Park. Frase que viene muy bien, no solo para acabar, sino para sintetizar, aunque no concluya, todo lo que he querido reflejar. Ese tributo que hay que pagar por evolucionar en todas las ciencias, dejando de lado a la antropología. Olvidando nuestros rasgos principales, los que nos caracterizan como seres humanos. Esa frase es: ``Les preocupaba tanto si podían o no hacerlo que no se preguntaron si debían´´.
Imagen de Black Mirror (Netflix)
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